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Categoría: Opinión

Por Ricardo A. Salas Bonilla
Madrid, 20 de diciembre de 2004

 

La justicia, así como la honradez, deberían ser la meta de nuestra conducta con los demás.

Cierto es que, también podemos ser injustos o deshonestos con nosotros mismos, pero eso es otro cantar. Lo que ahora nos ocupa es un problema social que cubre las relaciones entre usted y yo y otros individuos. Los individuos somos los que estamos sujetos a la justicia o injusticia, a la honradez o deshonestidad, a la armonía o desarmonía.

La justicia, por tanto no cabe aplicarse a todos en general, sólo a cada uno en lo particular. “No hagas a otros lo que no quieras que hagan contigo" es una máxima que puede servirnos de guía de la forma en que cada individuo debe comportarse hacia los demás. La práctica de la mutualidad y reciprocidad es quizás la forma más acertada y por la cual nos podemos aproximar más al alcance de la justicia.

En los Estados modernos, como debería ser Costa Rica, en el afán de "hacer justicia"; de ser justo, es un tribunal el encargado final de administrar justicia por medio de la construcción de la "verdad jurídica". Para este fin, existen una variedad de auxiliares técnicos que, como su nombre lo indica, asisten a los jueces sobre problemáticas que requieren conocimientos técnicos específicos y que puedan resultar de interés a la causa judicial en curso, a saber los fiscales y demás agentes de la ley.

Analizando estas premisas y la forma en la que los últimos días estos auxiliares técnicos del juez y algunos comunicadores han actuado en Costa Rica, he recordado el libro “El Proceso” (1925) de Franz Kafka.

Esta es una novela que cuenta la historia de Josef K, un empleado de un banco que un día es detenido y procesado sin que se sepa por qué.

K busca un abogado, intenta informarse acerca del estado de su proceso y se topa con reglamentos, leyes incomprensibles y jerarquías infinitas dentro de la estructura de la justicia, sin encontrar nunca al juez encargado de instruir su proceso. Finalmente, la sentencia se cumple sin que el acusado - ni el lector - nos enteren jamás por qué se le condena.

Kafka describe una situación límite: un hombre es acusado sin que se le comunique el por qué y ello desencadena un problema enorme que acaba por obviar el hecho en sí y sumergirse en su propia dinámica, que acaba por absorber al Señor K.

Lo más espectacular de la novela es que el autor se limita a exponer lo que le va ocurriendo al protagonista pero no abunda en exponer cómo se siente y la angustia que experimenta. Y, sin embargo, ésta está siempre presente.

En esta novela Kafka construye un laberinto procesal para encerrar a un hombre.

Desde la detención de Josef K., el autor deja en claro el carácter arbitrario de la situación. "-No tiene derecho a salir, está detenido. -Así parece -dijo K. y añadió enseguida-. ¿Pero por qué? -No estamos autorizados para decírselo. El procedimiento ya está en marcha..."

Las garantías empiezan a no tener vigencia, el derecho del detenido a ser informado de la acusación formulada contra él queda desconocido desde las primeras páginas del libro. La organización a la que queda sometido K. es un sistema paralelo al que rige judicialmente el estado en el cual K. se encuentra: "K. vivía en un Estado constitucional en el que reinaba la paz en todas partes y se respetaban las leyes". Ello no es motivo para que K. sea tratado como a un auténtico procesado.

En el proceso penal la culpabilidad es la que tiene que ser demostrada, no la inocencia, que se presume “iuris tantum.”

Del procedimiento al que se encuentra sometido K. es imposible salir ganando. La culpabilidad está preestablecida para K., la protección al acusado es inexistente y la contradicción a la Constitución total.

Una pena no puede imponerse más que a consecuencia de un proceso debidamente celebrado: “nulla poena sine indicio”.

Este principio queda prefijado en la Constitución y las normas procesales que lo desarrollan y es, precisamente, la carencia de la que adolece el proceso de K: la indefensión del acusado es total y lo coloca en una situación de impotencia absurda imposible de superar.

Josef K. desconoce de qué se lo acusa, cuál es la instancia a la que ha de dirigirse, qué tipo de tribunal lo va a juzgar, qué pasos debe dar en aras de su eventual defensa. Parece como si todos supiesen más sobre el proceso que el propio acusado.

El tribunal no le reconoce ninguna forma de defensa. El proceso avanza. La publicidad parece que se ofrece a todos menos al interesado.

Cambie usted de personaje y en donde digo Josef K. lea usted Miguel Ángel Rodríguez Echeverría y verá como el sistema en Costa Rica anula la vida de un individuo presumiblemente inocente, y cómo la sagrada presunción de inocencia se ha dejado de lado.

¿Acaso no podría suceder, como efectivamente creo que sucede en este momento, que, aún estando protegido por las garantías judiciales típicas de un Estado de Derecho, un ciudadano pueda caer en una persecución? ¿Cuántas desviaciones de poder se han puesto de manifiesto en las actuaciones de la “justicia” en el caso del Dr. Rodríguez Echeverría?

El fenómeno descrito por Kafka no es nuevo, en algo nos recuerda la intolerancia de los días de la Inquisición, época fatal, en la que muchos inocentes fueron sentenciados y ejecutados por jueces imbuidos de un poder absoluto y arbitrario. Aunque los tiempos han cambiado, nunca han dejado de aparecer procesos o fórmulas espúreas que sirven a tiranos para perpetuar su sed de poder. Respecto de lo último, "El proceso" de Kafka nos deja una lección inolvidable que muchos seudo-demócratas costarricenses, empezando por nuestro actual Presidente don Abel Pacheco, deberían aprender.

Llegados a este punto y para finalizar, quede claro que no pido impunidad, como ciertos periodistas y medios de comunicación nos atacan a los que creemos en Miguel Ángel y estamos levantando la voz para pedir que no se pasen por alto las reglas del juego. Yo sí quiero escuchar las explicaciones de don Miguel Ángel, pero las quiero escuchar y quiero que las dé como debe ser, no desde la prisión indebida que sin juicio está ya sufriendo.

Hoy es don Miguel Ángel, quien tal vez le caiga a usted tan mal que puede ser que hasta se alegre de verlo en esta situación, pero mañana podría ser usted, o su padre o su esposa para quien el sistema no funcionara según las reglas que entre todos hemos acordado. Piénselo un minuto y actué según el dictado de su conciencia, no se quede esperando a que se aclaren los nublados del día.